Aunque el político se vista de seda…
Dado el medio en que de unos años para acá me he desempeñado laboralmente, hay algo de los políticos y de los servidores públicos que me llama sobremanera la atención; algo a lo que al parecer la mayoría de ellos no le da mucha, si no es que la mínima, importancia; algo en lo que tal vez no se han detenido a pensar e imaginar sus consecuencias; algo que en un instante puede hacerles ‘caer de la gracia’ de cualquier ciudadano común y corriente al que sirven y/o representan.
Me refiero
a su imagen. A lo que transmiten a través de un conjunto de códigos que emiten
estímulos y generan respuestas, determinando así, la forma en que son
percibidos por la sociedad. ¿Admirados, tachados, queridos, repudiados,
respetados, ignorados? Al final del día eso no lo deciden ellos, no obstante,
lo que sí está en sus manos es la forma en que pueden manejar esos códigos para
encauzar respuestas positivas hacia su persona a través de la emisión de
estímulos adecuados.
Lo anterior
no hay que confundirlo jamás con simple simulación o engaño, pues no se trata
de usar un disfraz cuando convenga y quitárselo cuando esté de más usarlo. En
este caso, no se trata de aparentar ser alguien ‘A’ cuando se está en actos o
funciones públicas, y ser alguien ‘B’ cuando no se está en ellos.
De lo que
se trata, por el contrario, es de cultivar y guardar una coherencia para todo, entre
lo que como persona se es (carácter, atributos físicos, ideología, etc.) y los
estímulos emitidos para lograr la percepción deseada. Claro está que un limón
jamás podrá ser un elefante y es justamente por eso que no se trata de aparentar,
las caretas caen.
Quizá el
código que algunos políticos y servidores públicos cuidan más (la mayoría, incluso,
sin tener plena conciencia de ello) es el del arreglo personal. Se ocupan en vestir
buena ropa, en las fragancias que usan, en el peinado, el calzado, los
accesorios y demás, aderezados con extensiones como automóviles y dispositivos celulares.
Y esto es más como resultado de sus ingresos económicos, que como una emisión
deliberada de estímulos que redunden en la construcción de una percepción.
Pero… ¿Qué
pasa con el manejo de otros códigos que incluso son más importantes? El
lenguaje, los valores, el conocimiento, las aficiones por ejemplo. Es
justamente en ese tipo de aspectos donde hay escaso cuidado.
Por lo
regular toda persona que ostenta un cargo público cuenta con secretarios
particulares y asesores, pero casi nadie de ellos instruidos en la materia. De
ahí que no haya quién les oriente al respecto, dando como resultado la
ejecución inconsciente de acciones que poco a poco empiezan a desgastar la percepción
que se tiene de ellos en vez de construirla.
Por mis
manos, por mis oídos, por mis ojos han pasado errores ortográficos, palabras
altisonantes, maltrato a empleados, abuso del poder y la autoridad, desacato de
leyes, charlas de cantina, ostentosidades, impuntualidad… Y ya sea que estas
acciones se cometan en actos públicos o en oficinas, una sola persona que los
presencie puede ser la mecha encendida que tiene todo un trayecto por delante
hasta llegar al explosivo.
Así que no
es de sorprendernos la imagen que sobre nuestros representantes y servidores
públicos tenemos, en general, la sociedad. Por lo que no estaría de más se
empezaran a rodear de gente con conocimientos al respecto.
Concluyo
contextualizando lo anterior en Chiapas y aclarando que mis referencias son
tanto para el género masculino como para el femenino. Digo, por aquello de que
a mí no se me da el uso del “chiquillas y chiquillos, jóvenes y jóvanas” (sic)
y, en cambio, me gusta apegarme a las reglas del español.
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